En El librero de Selinunte, la milenaria y hermosa ciudad
de Sicilia sirve de escenario para una fábula sublime sobre
el valor de los libros —y de los libreros—, sobre
lo que perderíamos sin ellos, y sobre el valor de la palabra.
El autor nos dice: «…todas las palabras escritas por
los hombres son enloquecido amor no correspondido; son un diario
apresurado e incierto que tenemos que llenar a la carrera, porque
tiempo hay poco. Un inmenso diario que tenemos para Dios, para
no acudir con las manos vacías a la cita.» Los protagonistas
de la historia son un muchacho de 13 años, que es además
el narrador, y un extraño librero, solitario, sabio y sublime
pero unánimemente ignorado y vilipendiado. Nadie compra
sus libros y, sin apenas ningún eco, él se dedica
a leerlos en voz alta, como en un desesperado canto a todo lo
valioso que hay en esta vida y que contienen los libros... La
historia está así poblada de referencias en forma
de citas de la literatura clásica: Safo, Sófocles,
Dante, Shakespeare, Rimbaud, Leopardi, Tolstoi, Proust, Pessoa,
Borges… elegidas con todo acierto por el profesor de literatura
y humanista de sensibilidad que es Vecchioni, para dar forma a
una fábula inolvidable y conmovedora